miércoles, 18 de octubre de 2006

ESCUELA

Pasaba todos los días frente a sus puertas.
Al llegar a la esquina de Libertador y Besares, ya se sentía la presencia.
Con el tiempo, olvidó cuándo y como se enteró de lo que estaba pasando adentro. Era la clase de encuentros que había que olvidar.
Simplemente lo sabía.
A la mañana, cuando tomaba el colectivo 29 hasta Olivos para ir al laburo, medio dormido, apretando los libros del colegio y el paquete con el almuerzo frío que tragaría a la vuelta en el tren, no pensaba en eso.
Pero, siempre se hacía lugar y uno podía sentarse al llegar cerca de Obras.
Sentado, ver las caras de los pibes que estudiaban ahí, escuchar sus conversaciones era como abrir las puertas a otro mundo, otra dimensión, lleno de civilachos, taquillas, pases, permisos.
Muchas veces vió, desde el colectivo, salir a una cupé chevy y un torino naranja, ocasionalmente seguidos por unas camionetas llenas de colimbas atravesados por el frío.
Muchos años después supo que estaba viendo como salían a lanchear.
A chupar gente.
Atrás de esas rejas se escondía el horror esencial.

1 comentario:

  1. Son las cosas que daban miedito, pero uno no sabía bien porqué. Ahora sabemos porqué y el miedo era poco.

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