La imposibilidad de la clase dominante de construir un orden político que la legitime como clase dirigente la lleva a desplegar y proponer mecanismos alternativos, entiéndanse esto como democracias restrictivas, fraudulentas, condicionadas o combinaciones de ellas.
Esta clase antes no dudaba en pagar el costo de
sostener dictaduras con distintos niveles de violencia. Desde los 80, cuando ese
costo se transformó en inviable, las élites aceptan la acción de los modelos
democráticos siempre que los dirigentes de la política garanticen el
mantenimiento del statu quo que no
cuestiona los modelos de generación de riqueza y menos aún los modos de
apropiación de la misma.
Las pautas de distribución regresivas deben mantenerse,
aunque no favorezcan el crecimiento general, ya que esa regresión es la base
ideológica que sostiene las élites. El poder, ejercido en el acto de decidir
sobre la forma de distribución, es la justificación de su existencia en tanto clase.
Ocasionalmente la dirigencia política surgida como
gobierno elegido dentro del sistema pretende modificar estas pautas. Su propia
existencia debe justificarse frente a la sociedad que pretende representar y
entonces intenta alterar ese mecanismo, ya sea modificando los esquemas de
distribución del ingreso o cuestionando los modelos de generación de la riqueza
del país.
Cuando así sucede las élites rompen las articulaciones
que arman el sistema de dominio y control social restringido y despliegan con otras
fracciones de la dirigencia (judicial, mediática, internacional) nuevas
relaciones que permiten socavar la legitimidad de esos gobiernos, accionando contra y persiguiendo a quienes les disputan el poder,
construyendo relatos sobre la anticorrupción, el autoritarismo y el despilfarro
de recursos.
Esos relatos apuestan a la polarización donde en la
violencia de la discusión se obtura cualquier pensamiento crítico y sólo se
escuchan las voces más potentes que terminan “convenciendo” por ser el único
discurso imperante y a la vez el más fuerte en volumen. Los problemas y fallas
de la dirigencia política son permeados al sistema democrático por contigüidad,
permitiendo que sea cuestionado per sé.
El compromiso de la clase dominante con la democracia es restringido e instrumental. Sólo la respaldan si pueden orientar su despliegue y el accionar del Estado en su propio beneficio (tanto el económico como el mantenimiento de su poder) y no dudan en sabotearla si esos ejes se ven cuestionados.
Eso coloca a los gobiernos democráticos que pretenden
representar al conjunto del cuerpo social en una situación de obligación de
aumentar su base social de poder, ya que cualquier posibilidad de apoyarse en
un solo actor social por mayoritario que sea, lo único que logra es provocar
una grieta que es luego usada en su contra.
Esta obligación es permanente y va más allá de la
eficiencia, transparencia y pluralidad desplegadas con mayor o menor
efectividad en uno o varios gobiernos.
No sólo parecer: ser.