miércoles, 19 de septiembre de 2018

Ciencia. ¿A quién le importa eso ?

Las últimas acciones que ha tomado el Gobierno para la reducción de ministerios reformulan preguntas por el rol de la ciencia y la tecnología (ministerio de Ciencia y Tecnología) así como la planificación o la innovación tecnológica.

¿Por qué la ciencia necesita una sociedad que la exprese? 
¿Expresa la ciencia a esa sociedad?
¿La actividad científica está desligada de la problemática nacional? 
¿Por qué sería necesario un ministerio que trabaje específicamente en ése ámbito?

La realidad política actual cuestiona la existencia de la ciencia, ya no la problemática del desacople entre ciencia y desarrollo nacional o de la subordinación a sistemas de producción científica elaborados en el exterior. 

La ciencia vista como una actividad teórica “encomiable” sin un programa nacional que le asigne un propósito es una actividad para diletantes que solo dan lustre a una sociedad y también un terreno fértil para investigaciones personales que sólo benefician al investigador. 

Desde una definición de Estado, el hecho de que la actividad científica tenga un rango ministerial reconoce una política pública que piensa en las necesidades del desempeño científico y también las necesidades y objetivos nacionales y que se proponga articularlas de una manera concreta. 
Ciencia como manifestación de autonomía intelectual y por lo tanto capaz de decidir acerca del propio destino o lugar en el conjunto universal de una sociedad determinada. 

La autonomía no debe entenderse como autosuficiencia sino capacidad para tomar decisiones basadas en las necesidades propias, con todos los insumos que el pensamiento científico haya producido. 
La propuesta de un Estado reducido/bobo que sólo resuelva los problemas de un único sector social contrasta con el discurso del crecimiento que se derrama desde la dirigencia política del gobierno actual. 

Es clave distinguir entre crecimiento inclusivo, con la complejidad de productos que se fabrican en nuestro país o la vaga esperanza de un derrame que en algún futuro impredecible se concrete. Para pensar en un crecimiento que incluya nuestra propia producción no podemos dejar afuera el sistema científico-técnológico-técnico. Desarmarlo equivale a entregar el poder del conocimiento al poder global y resignar además de lo económico, la soberanía sobre nuestra capacidad de investigar. 

Deberíamos preguntarnos entonces cuales son los discursos que circulan en nuestra sociedad acerca de la actividad científica y su importancia para su desarrollo. 
La difusión de la actividad científica, desde la espectacularidad del logro de un satélite diseñado y fabricado para resolver necesidades locales hasta la excelencia de la prestación médica en un hospital pediátrico de avanzada no alcanzan para resolver el problema político que significa llegar a esos niveles de desempeño. 

Una sociedad que mira “admirada” pero no se cuestiona todos los días para qué quiere un hospital donde se hace docencia e investigación, o no se interroga sobre el perfil de ingenieros que forma ni se pregunta qué sentido tiene hacer investigación sobre la eficiencia en el uso de nutrientes es una sociedad que no cuestiona a sus representantes políticos por compromisos objetivos en política pública. 

Así las cosas, una dirigencia política que propone discursos sin fijar objetivos, sin disponer recursos económicos, sin diseñar planes ni mucho menos formular mecanismos de control lo que facilita en el mejor de los casos es el abandono y en el peor la apropiación por parte de sectores de capital de zonas de investigación donde el diferencial económico producido es de mayor valor. 

Eliminar ministerios es una política pública.
¿Qué piensa la sociedad sobre éso?