El grupo era vocinglero , ruidoso y alegre.
Estaban festejando un fin de curso de teatro , o algo similar.
Eran más de una docena de todas las edades, desde mi mesa se veía incluso un niño; nieto o hijo, vaya a saber.
Lo que de ella me llamó la atención fue el efecto de su pelo rizado bajo el foco de luz dicrioica que armaba una extraña escenografía en el rincón donde estaba.Su mano menuda dibujaba arabescos en el aire; pero no podía escucharla , seguramente por el ruido del bar.
Era interesante ver como entraba y salía de la animada charla general. Cambiaba sutilmente su postura, desde la atenta e incisiva a la de una lejana prescindencia hierática.
Era apenas perceptible.
No pude dejar de preguntarme cual sería la razón.
Un ligero interés?
Aburrimiento cortés ?
Cual sería realmente su pensamiento resultaba difícil saberlo.
Quizá una ligera burla hacia el cincuentón largo que, a toda costa intentaba manejar el ritmo de la charla.O una cruel ironía mirando al colorido papagayo que, probablemente una década atrás había sido una agradable solterona.
El cincuentón no la miraba, pero pude percibir que estaba pendiente de sus cambios de humor.
El también los había notado, me llevaba mucha ventaja en tratar de comprenderlos.
Lo que para mi era un ejercicio intelectual ; probablemente fuera en el una necesidad vital.
Repentinamente los personajes fueron tomando su lugar frente a mis ojos.
El papagayo la odiaba.
El resto del grupo, como un silencioso coro daba un marco al callado y no por repetido menos triste drama.
Sería amor real el del cincuentón por la muchacha?
O acaso amor real el del colorido plumífero por el hombre que empezaba a enfrentar lo inevitable?
Un pregunta que no puedo responderme.
De pronto no supe si era un ángel o un demonio. Claramente la situación le era ajena y el drama de los sentimientos estaba a cargo de dos gastados seres que sólo buscaban un poco de felicidad.
Súbitamente, como un cambio de plano apareció el muchacho.No lo vi acercarse, surgió de entre la gente. Ella se fue con el.
Detrás del humo azulado de mi pipa se insinuaron dos tristes sonrisas, aceptando lo inevitable, resignándose al recuerdo del amor, ya que éste no era posible, usándolo como un soplo caliente de vida.
Le pagué al mozo mi café.
Caminé Corrientes abajo, perdiéndome entre el gentío de la tardecita de otoño.
El fresco viento de abril ayuda a olvidar.
Que precioso que está, Canilla! Qué buena la forma en que se van construyendo los personajes de los veteranos! Qué feo es ponerse viejo!
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