miércoles, 19 de noviembre de 2008

Tatarabuelos


El amanecer había sucedido hacía un rato. Lo había visto todo, desde que comenzaron los primeros rayos.
Mientras terminaba de calzarse las botas, gruesas y de caña alta por las víboras, Olegario le alcanzó unos bizcochos de grasa que metió en el bolsillo de su cazadora.
Dejó el mate -nunca había podido acostumbrarse a ese brebaje de gusto salvaje- y revisó cuidadosamente todos los cartuchos del cinturón. Satisfecho, alzó su noble Merkel de dos caños con gatillo externo, tomó su bastón de andarín y silbó.
Largo y corto.
Abajo del molino, el perro puro mestizo alzó las orejas, se incorporó y esperó. Los largos pasos de su patrón lo alcanzaron enseguida, el perro sabía que no necesitaba moverse.
Olegario miró como el hombre, alto y delgado, seco como charqui, se alejaba caminando al compás de su bastón.
“Este alemán loco”, se dijo. “No hay día que el patrón no salga a cazar, aunque no traiga ni una”.
Joachim caminaba alegremente, disfrutando del fresco aire de la mañana, cuando la perdiz salió delante de él. Instintivamente alzó la escopeta, apuntó y disparó.
Sonrió, sabiendo que si hubiese usado realmente uno de los dos únicos cartuchos cargados que llevaba, habría cobrado la pieza.
El perro iba y venía, feliz del placer y la libertad de correr campo traviesa sin que nadie lo molestara. Joachim tiró los cartuchos vacíos al pasto alto.
Su pasión por la caza había muerto hacía mucho, con los ojos de un ciervo en los bosques de su Anklam natal, allá a orillas del Báltico.
Siguió caminando, disfrutando de la mañana y pensando que difícilmente el buen Olegario podría comprender el placer de la marcha sin propósito por esos enormes campos de la pampa. Las gentes de estos lugares eran capaces de andar enormes distancias, alimentados a galleta y mate, pero sólo si era necesario.
Se había inventado la excusa de la caza para poder disfrutar de la soledad, el frío y la imborrable sensación de mirar al horizonte.



Heme aquí, siendo la joven señora F, posando para esta nueva moda de las fotografías. Realmente no pueden compararse con un buen cuadro pintado por manos sensibles. Mejor aún, por ojos y corazón abiertos a la emoción. Y la emoción, el vibrar frente a la belleza o por la belleza es en realidad aquello que merece llamarse sentido o razón por la que vale la pena estar vivo. Supongo que siendo cuidados y austera con la economía del hogar podré ahorrar lo suficiente, quizá con lo que F pueda obtener de las donaciones en la iglesia y llevando una vida modesta en dos años logre apartar unas veinte o treinta coronas.
¡Alabado sea Dios por la suerte de que sea un hombre piadoso de gustos y placeres sencillos!
Por los comentarios de mi querida Cósima – ¡cuanto te extraño querida prima! – pueden encontrarse algunos de segunda mano en buen estado. Quizá deba esforzarme un poco más y pensar en coser yo misma las ropas necesarias para la vida cotidiana y entonces si podría aspirar a obtener uno nuevo. ¡Reluciente!
Hasta podría tener candelabros de plata en su frente. Hermosos candelabros en la madera negra y lustrada.
Lo único que me resultaría insoportable es que el marfil estuviera amarillento. No imagino mis dedos frotando ese amarillo óseo.
Si, seguramente lograré aspirar a uno de mejor calidad si resuelvo el problema del vestido de esa manera. Ya me imagino, acariciando el blanco marfil y disfrutando de su efecto.
Por supuesto, debo ser modesta y no pensar en aquellos que tienen sus pedales con formas que imitan los pies de las fieras. Además, es cierto que resultan incómodos pero ¡son muy bonitos!
Quizá podría ahorrar también con la lumbre y entonces si podré conseguirlo en sólo un año.
Eso haré, no creo poder soportar más de un año de espera para obtenerlo.

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