¡Vamos!, gritó la morocha al grupo de compañeros que estaba parado en la esquina de Balcarce y Juan de Garay.
¡Ahora antes que cambie el semáforo!
La tardecita del domingo de finales de noviembre colorea con sombras lilas caras concentradas. Algunas están pintadas. Una señora de mediana edad se acomoda la falda blanca de un vestido antiguo. Un joven de no más de veinte años se calza una galera y empuña afanoso un bastón.
El piano, el tambor mayor de candombe, marca el paso de todos. Arranca el toque del repique y el chico, los otros dos que forman el sonido, en una cuerda de diez tambores que comienza su paso lento.
Es un grupo pequeño, pero con ganas. Algunos tienen barba rubia y enrulada.
Hacia el fondo se ve el ondear de grandes banderas, alguien carga una tacuara con una gran medialuna dorada al tope. Se escucha el tronar pausado de un estilo que se conoce en Montevideo como el toque Cuareim, nombre de la calle donde un famoso conventillo albergó a la mítica comparsa Morenada.
Atrás aparece otra cuerda. Esta desfila con los tamborileros vestidos con largas túnicas de color verde y violeta. El Gramillero, el personaje del viejo sabio curandero, de bastón y galera, baila con el típico paso tembloroso, apoyado en su bastón. Lo hace un hombre de mediana edad, con la barba de algodón postiza. Es negro, eso le da una gracia especial al moverse. La Mama Vieja, con su pollera de miriñaque y el pañuelo blanco a la cabeza baila mientras todos suben por Humberto I.
Es un ensayo, San Telmo se prepara para festejar las quintas llamadas de tambores el próximo 4 de diciembre.
Desde 1871, cuando por la fiebre amarilla las familias aristocráticas se mudaron al norte, lo que quedó de población negra en la ciudad se estableció en el barrio.
Unas veinte comparsas con más de mil personas desfilarán saliendo de Parque Lezama, pasando por el ex Patronato de la Infancia sobre la calle Balcarce, subirán por Humberto I y tomando Defensa hasta México volverán a cerrar en el Parque Lezama, en un recorrido que intenta recuperar una vieja tradición que ha estado oculta en este antiguo barrio porteño.
La Lunera, Estrella Amarilla, Kimba Candombe, La Chilinga , son los nombres de las comparsas más conocidas.
A lo lejos, casi en la esquina de Balcarce y el pasaje San Lorenzo, se ve la columna de humo que marca el lugar donde se calentaron las lonjas, en los tambores antiguos, que necesitan ser templados. Los modernos sustituyen las tradicionales tachuelas por tensores, lo que incluso permite utilizar parches de plástico en vez de lonja.
La llamada de tambores, no es sólo una manifestación musical, es también un encuentro social. Un acontecimiento que abarca varias horas, desde que comienzan a reunirse los participantes hasta el corte final.
Se originaba frente a la casa o el conventillo donde vivía algún reconocido tamborilero, que contestaba tocando al chás chás de sus compadres. Hacer madera, como se dice en la jerga el golpear la madera de los antiguos toneles de aceite, vino y aceitunas usados para fabricar los tambores.
Las bailarinas , las alpargatas de lazo cruzado al tobillo como las de la colonia, el escobillero que hace malabares con una pequeña escoba , tradicionales , se cruzan con comparsas que tienen pequeñas orquestas de bronces, tuba, trompeta y trombón . Aportan modernidad y un sonido cosmopolita diferente.
El espacio público y la cultura cotidiana porteña aparecen en los volantes que entrega una rubia candombera de La Lunera que habla de ritmos y desalojos, del cierre de espacios culturales y el toque. El candombe como baile y resistencia. Algo que la comunidad afrodescendiente en la Argentina conoce hace mucho y que sólo en los últimos años tuvo oportunidad de reaparecer, con las migraciones recientes que vienen de Perú y Senegal haciendo más visible la diferencia de color.
Una mulata reparte sonrisas y volantes del Yacumenza Club en Parque Chacabuco, nombre de una mítica agrupación montevideana que se origina por la pronunciación de ¡vamos!;“ya comienza”.
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